Esperaron a que pasara el cuarto cumpleaños de la muerte de Fidel Castro, que conmemoraron en la escalinata de la Universidad de La Habana con un acartonado acto que catalogaron de “patriótico”; esperaron a que se acercara el fin de semana y que fuera Thanksgiving en Estados Unidos para que sus vecinos más pendientes no lo estuvieran; esperaron a que cayera la noche en la capital de la isla, le bloquearon a toda la nación el acceso a Facebook, Instagram y Youtube para que no hubiera material gráfico en vivo; y solo entonces, decidieron entrar como fieras descompuestas. Esa fue la maquiavélica puesta en escena que llevó a cabo el régimen cubano para desmantelar al grupo de artistas, activistas y periodistas, nucleados alrededor del Movimiento San Isidro, que estaban atrincherados en una casa de La Habana Vieja protestando pacíficamente a través de una huelga de hambre con el fin de obtener la liberación de uno de los miembros del movimiento, el rapero Denis Solís.

Solo quien premedita una crueldad, actúa desde la oscuridad para no dejar la evidencia del horror perpetrado: después de la secuencia de pasos narrados, las 14 personas que se encontraban en el lugar fueron obligadas a salir por la fuerza por agentes de la Seguridad del Estado disfrazados de médicos. En la calle, un escuadrón de militantes del régimen, que también formaban parte de la operación, les gritó mientras eran sacados de allí, unos en ambulancias y otros en carros policiales: ¡Viva Cuba! ¡Viva! ¡Fidel! ¡Fidel!

Horas después, todos fueron puestos en libertad. Sin embargo, durante la madrugada del 27, dos de ellos, Anamelys Ramos y Luis Manuel Otero, volvieron a ser detenidos. El paradero de ambos, a la publicación de esta columna hoy viernes 27, es desconocido.

En los últimos días el Movimiento San Isidro le ha hecho un desnudo al régimen cubano. Se le ha parado de frente, como pocas veces sucedió, y lo ha hecho posar en su estado más puro. El resultado es un retrato de época que conocemos desde seis décadas atrás, pero que ahora con la ayuda de internet sacudió el polvo, ganó en nitidez y alcance: el horror, como método coercitivo de Estado, para imponer la dominación.

El régimen lleva tiempo atentando contra el Movimiento San Isidro y, con el arresto de Solís, quiso asestarle otro golpe. Aunque Solís ahora mismo siga preso, quien ha encajado el impacto simbólico de su prisión, es el propio régimen. Los colegas de Solís se dispusieron a no dejarlo tras las rejas y en ese ejercicio de exigir justicia ante el cargo de supuesto desacato que se le imputó, provocaron un alud de violaciones, arbitrariedades e ilegalidades del gobierno que muestran a las claras el Estado de derecho que Cuba no es.

Primero, los artivistas estuvieron durante tres días navegando por los calabozos de la ciudad por solo plantarse en las afueras de la estación policial de La Habana Vieja para reclamar el proceso indebido al que fue sometido Solís. Luego, se atrincheraron en su sede después que les impidieran leer poesía en las calles. Dentro de su cuartel, no les quedó más remedio que comenzar una huelga de hambre —unos— y de hambre y sed —otros— porque los militares vestidos de civil y la Policía, que rodearon las inmediaciones de la casa, impidieron que les llegaran provisiones desde fuera. Una de las primeras madrugadas, les lanzaron hacia dentro de la vivienda una sustancia tóxica y otra noche un hombre rompió la puerta de madera y agredió con botellas de cristal al artista Luis Manuel Otero. Y ahora por último, cuando acusaban el debilitamiento de siete días en huelga, los asaltaron.

El acto de resistencia de los que se acuartelaron en La Habana Vieja, gracias a la masificación de internet en la isla, ha sido una especie de reality político al que han podido asistir los cubanos. Los live, los post, la conexión con el mundo exterior en tiempo real en definitiva, han permitido no solo seguir en vivo el curso de los acontecimientos, sino mostrar cómo es la cruda vida de aquellos quienes dentro de Cuba se le enfrentan al régimen, una cotidianeidad que muchos cubanos desconocen o que dicen desconocer, por complicidad o por miedo.

El pulso entre el Movimiento San Isidro y el régimen ha provocado también un leve despertar de la conciencia política dentro de Cuba. Con los hechos en las narices, a mucha de la gente que quita la vista de los desmanes del régimen —por miedo y por complicidad—, no le ha quedado más remedio que observar la flagrante violación de derechos a los que han sido sometidos estas personas.

El atropello hacia estos jóvenes que decidieron poner su cuerpo, morir, por no tener espacio en un país donde pensar distinto equivale a ser un criminal, y la inhumana actitud de un gobierno, que dio todas las señales para pensar que es capaz de dejar morir a quien profese una ideología contraria a la suya, hicieron que una masa considerable de personas clamara por primera vez y al unísono en las redes sociales las palabras: cambio, diálogo.

Pero el castrismo desconoce las esencias de la democracia y la única manera que tiene para seguir perpetuado en el poder es callar, a como dé lugar, a quien le produzca inseguridad. Su impunidad es tal que ni siquiera le interesa que lo descubran a diario como el antagonista de todos los realitys que los cubanos trasmiten desde sus teléfonos, relatos de opresión, sometimiento y pobreza.

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